Algunas personas me han preguntado si esta historia es real. No lo sé. Yo la he contado tal y como se relata en la piel de un viejo e imponente árbol, semejante a un encino, con el que me topé hace tiempo en el bosque. Llevaba días viajando sin rumbo cuando, inesperadamente, descubrí ese peculiar árbol de raíces enmarañadas y con la corteza cubierta de figuras caprichosas. No pude resistir la tentación de acercarme a contemplarlo con más atención. El cansancio me llevó a dormir un rato a la sombra de sus hojas. Desperté ante lo que, podría jurar, fue la risa traviesa de una pequeña. Cuando abrí los ojos comprobé que me encontraba completamente solo. Atardecía y soplaba el viento suavemente. Confieso que nunca antes había escuchado la voz de un árbol, pero entre el susurro de sus ramas y las huellas marcadas en su corteza, pude descifrar esta historia. No tengo evidencias claras de que se trate de una historia real; la cuento simplemente porque a mí me emocionó. Y también porque, aunque no puedo demostrarlo, mi corazón está seguro de que es verdadera.
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