Ésta es la historia de una pequeña llamada Ani.
Ani vivía sola en un bosque mágico. ¿He dicho sola? Perdona, me he equivocado. Quise decir que era la única niña que vivía en ese bosque. Pero no estaba sola. Bellas aves, traviesos conejos, radiantes flores, alegres ardillas y un sinfín de seres maravillosos, habitaban también ese lugar.
No sé con precisión cómo llegó Ani a ese sitio. Lo cierto es que en su memoria todo eran reminiscencias nacidas en aquel lugar. Recordaba, por ejemplo, sus primeros pasos junto al río, apoyada por los brazos extendidos de los árboles, guiada por la danza de los peces nadando colina abajo, acompañada por las risas de los conejos y el vuelo de los colibríes. Tenía presente también el nacimiento de sus primeras palabras, inspiradas por voces lejanas que la habían visitado en algunos sueños, y aprendidas al ritmo de las melodías combinadas de un gorrión y un petirrojo. Quizá lo único que Ani no recordaba con claridad, era de dónde venía su nombre: para ella, desde siempre el viento, el río y el canto de las aves, la habían llamado así, y por lo tanto, no tenía duda alguna de que tal fuera su nombre.
El día que comienza esta historia, Ani acababa de cumplir cinco años, y lo había celebrado con sus amigos del bosque con una semana de alegres juegos y un par de días para dormir.
Era una pequeña feliz.
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