IX

Ya he contado que durante aquellas semanas los dos amigos fueron viviendo hermosas transformaciones. Él se volvía más frondoso, su corteza desarrollaba una nueva capa, más colorida y más firme. Ella caminaba más ligera y, al anochece, el brillo de sus ojos era tan grande que podía confundirse con el de un par de estrellas. 

Pero después de la última conversación que he narrado, algo sucedió: cuando despertó a la mañana siguiente, parecía no escuchar ya la risa de los animales a su alrededor. Ni las canciones de los ruiseñores, ni la danza de los peces, ni los juegos de las mariposas llamaban su atención. En su mente, se habían instalado fijamente los misterios del cielo y las noches estrelladas. 

¡Pero eso no era todo! Ani sintió que aquel huequito cuyo tamaño se había venido reduciendo, era ahora más grande que al inicio de esta historia. Inquieta ante el descubrimiento de esta nuevas sensaciones, corrió pronto en busca de su amigo.

De inmediato, le describió aquellas emociones tan extrañas. Particularmente, le explicó que ese espacio vacío casi olvidado, había aparecido nuevamente, pero ahora era mucho más grande.

—Ojalá fuera como tú, que no duermes —, le dijo Ani al encino. —Por eso la noche puede contarte todos sus secretos. ¡Cómo me gustaría convertirme en una de tus ramas! Así, sería parte de ti… estaríamos siempre juntos, podría conocer todas tus historias… ¡y todos los misterios de la noche! ¿Te imaginas? Podría ser también un trozo de tu corteza: uno de esos hermosos dibujos que relatan historias apasionantes. ¿Lo entiendes? Creo que sólo siendo parte de ti podría ser feliz y llenar esta tristeza.

En cuanto pronunció estas palabras, Ani se puso a llorar, tendida entre las raíces del viejo árbol, que no encontraba la forma de consolarla. El viento se dio cuenta de la escena y cambió su dirección para permitir que un par de ramas del encino acariciaran el rostro de la pequeña y secaran sus lágrimas.

—Mi pequeña hada, me parece que te equivocas… Quizá si alzaras el vuelo verías que…

El árbol no pudo seguir hablando, ya que Ani lo interrumpió enfadada:

—¡Deja de llamarme “pequeña hada”! ¡No soy una hada! ¡No quiero que me llames así!

—Y, si no eres un hada… —dijo tiernamente el árbol— entonces, ¿qué significan esas alas? 

—¿De qué estás hablando?— replicó Ani suavemente, intentando dejar de llorar.

El árbol hizo una pausa, dejando que la pequeña se recuperara. Entonces le dijo:

—Te propongo algo. Sigue la vereda que está entre esos matorrales. A unos cuantos pasos hallarás un pequeño arroyo. Limpia de tu rostro esas lágrimas. Contempla tu reflejo un momento, hasta que veas que regresen la sonrisa y la chispa de tus ojos.

La voz de aquel árbol sabio sonaba tan dulce que, aunque Ani no entendía del todo lo que le pedía, obedeció. Se puso de pie y caminó en la dirección señalada, hasta toparse con el riachuelo. 

Se inclinó y sacó un poco de agua para echársela al rostro. Permaneció quieta un momento, esperando que se desvanecieran las ondas que se habían formado al meter las manos en el arroyo. Poco a poco las ondas se esfumaban, dejando en su lugar el reflejo de una hermosa niña. Pronto se formó una sonrisa, luego unos enormes ojos… un rostro redondo y sonrojado… una hermosa cabellera castaña que escurría un poco por debajo de los hombros… y ¿qué era eso que asomaba tímidamente por la espalda? ¿Era reflejo de alguna otra criatura del bosque, jugando traviesa detrás de ella? Dio un vistazo rápido para comprobar que estaba sola. Y contempló de nuevo el reflejo: ¿eran eso unas alas? ¿Unas pequeñas y tímidas alas color azul cielo? Ani movió ligeramente su cuerpo, intentando conservar la mirada en el arroyo. La vista no le permitía ver donde acababan aquellas pequeñas alas, así que, con movimientos un poco complicados, buscó llevarse las manos a la espalda, y comprobó que había algo de textura suave, ¡como las alas de sus amigas las mariposas!

Ani sintió una emoción tan grande, que no sabía cómo reaccionar. Sin pensarlo dos veces, corrió de nuevo hasta donde estaba su amigo árbol.

—¡Las he visto!— gritaba entusiasmada. —¡Me han crecido un par de alas! ¡Realmente soy un hada! ¡Está todo claro! ¡Quizá no puedo ser una de tus ramas, pero con mis alas puedo quedarme a vivir en tu follaje! Podré regar tus hojas, cuidar los nidos que se forman en las partes más elevadas. ¿Te das cuenta? El misterio se ha resuelto. Soy un hada y viviré para siempre a tu lado.

Mientras decía todo esto, Ani no paraba de dar saltos y flotar unos segundos agitando sus alas. Abrazaba a su amigo y daba giros a su alrededor, intentando ensayar pequeños vuelos.
El árbol la dejó juguetear un rato pero, luego, con voz suave, le pidió que se sentara y le escuchara con atención.

—Es verdad que eres un hada. Siempre lo has sido. Tus alas eran todavía muy pequeñas y no te habías dado cuenta de su existencia. Pero en estos días han ido creciendo, se han fortalecido. Y están listas para volar. No hay todavía ningún misterio resuelto. No confundas estas alas creyendo que son tu meta. Son sólo una pieza, muy importante sin duda, para que puedas volar y explorar esos misterios que tanto te han cautivado. No son un punto de llegada: son simplemente tu punto de partida.

—¿Qué quieres decir?— preguntó Ani, un poco más seria, e intrigada por las palabras de su amigo.

—En el fondo, sabes bien que tu misión no es quedarte a cuidar mis viejas ramas. Mis hojas y los nidos que entre ellas se forman, han sobrevivido por años. Es verdad que tus risas y la compañía de tu mirada me ha alimentado. Hoy soy más grande y más fuerte gracias a ti. Pero a ti te esperan la noche y sus secretos. El arco iris puede guiarte durante el día, mientras esperas la ruta que marcan las estrellas por la noche. 

—Pero, si vuelo tras el arco iris puede que me lleve muy lejos—, dijo Ani con la voz entrecortada por la nostalgia, una forma de tristeza que sentimos cuando extrañamos a alguien. —¡Ya no podría visitarte todos los días!

—Así es. Pero descubrirás que, aunque no esté todo el tiempo a tu lado, siempre te acompaño. En las noches, notarás que mi presencia llena un espacio de ese hueco en tu corazón. Y mientras viajas a través de la noche, la luna y las estrellas te ayudarán a descubrir en ellas aquello que llenará definitivamente los huequitos que aún queden vacíos. Así que, cuando amanezca y descubras el camino de colores entre la brisa de la mañana, no lo pienses dos veces y déjate guiar por tus alas.

El árbol dijo todo esto en un tono muy dulce y cariñoso. Sonaba tranquilo, aunque en el fondo de sus raíces le costaba mucho trabajo hacerlo, pues sabía que él también echaría de menos las visitas diarias de su pequeña hada.

Sin embargo, aunque a los dos les causaba cierto dolor, ambos sabían que así debía ser. 

Ani se sentó una vez más a los pies de su árbol y lo abrazó con fuerza hasta que la luna anunció que era hora de decir adiós.

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