XI

Desde aquel día, el viejo encino busca todas las noches el paso de una estrella fugaz en el firmamento, y reconoce en su trayectoria el vuelo travieso de Ani, explorando los secretos de la noche y llenando, poco a poco, con paciencia y dedicación, ese huequito en el alma con el que nacen todas las hadas. 

Y ella, todas las noches, hace una pausa en su travesía para escuchar al viento que le trae noticias de su bosque y, sobre todo de aquel árbol maravilloso que la ayudó a descubrir sus alas. Y antes de emprender nuevamente el vuelo, le susurra al viento sus nuevos hallazgos, pues sabe que así su amigo podrá escucharla y sabrá que se encuentra bien.

Ambos saben que de vez en cuando, en los amaneceres en que el arco iris tiende un puente entre la noche y aquel bosque mágico, es posible volver a encontrarse. Al menos por un rato.


No hay comentarios: